La dignidad de los invisibles

«No vino nadie a buscarlo. Nadie dijo ‘es mío’. Nadie lloró sobre su cuerpo. Pero tenía ojos. Tenía una historia.»

No hay noche sin nombre – Xavier Dueñas

📖 ¿Quiénes son los invisibles de nuestro tiempo? ¿Cuántos rostros pasan a diario frente a nosotros sin que nos detengamos a mirar?

La historia de este hombre sin nombre, muerto en silencio, nos golpea en el pecho. Porque en él están todos los que no tienen voz, todos los que no figuran en las estadísticas pero siguen respirando al borde del colapso.

Este relato ocurre lejos, pero nos habla de cerca. Aquí también hay quienes no tienen nombre. Y cada vez que decidimos mirar a otro ser humano con atención —con esa ternura que no pregunta de dónde viene—, estamos ayudando a salvar algo esencial.

Este texto forma parte del relato «No hay noche sin nombre»

La ternura como salvación

«La comunidad se acercó con ese cuidado silencioso que se ofrece a una flor que brota en terreno estéril.»

No hay noche sin nombre – Xavier Dueñas

📖 ¿Y si la ternura fuera lo último que nos queda? ¿Y si no fuera una debilidad, sino una forma sabia de seguir siendo humanos?

La pregunta no tiene respuesta definitiva, pero el relato la convierte en una experiencia íntima. En medio de una clínica improvisada, entre cuerpos rotos y ausencias, la ternura no es un lujo: es lo que impide que todo se desmorone del todo.

Este texto no idealiza. Pero nos recuerda que incluso cuando el dolor lo ocupa todo, una canción, una manta compartida, una mano sobre la frente, pueden ser más fuertes que la desesperación.

¿Y si volver a lo esencial fuera nuestra única esperanza?

Este texto forma parte del relato «No hay noche sin nombre»

Nombrar como quien ofrece abrigo

«Nombrar es ya una forma de abrazar.»

No hay noche sin nombre – Xavier Dueñas

📖 ¿Qué ocurre cuando alguien no tiene nombre? ¿Cuándo nadie lo reclama, nadie lo escribe, nadie lo recuerda?

En medio del desastre, la protagonista de este relato escribe los nombres de quienes pasan por la clínica como si tejiera una manta con palabras. Y entendemos que resistir no siempre implica grandes gestos: a veces basta con escribir un nombre en un cuaderno para evitar que la muerte sea total.

Nombrar es afirmar: tú exististe. Tú importaste.

En un mundo que nos empuja al olvido, dar nombre es un acto de profundo amor. También aquí, en nuestras ciudades, hay personas sin nombre: migrantes, ancianos, enfermos. ¿A quién estamos dejando sin palabras?

Este texto forma parte del relato «No hay noche sin nombre»

Una ternura que duele, pero no se rinde

«La llama no solo ilumina, acompaña. Y en su vaivén contenido encuentro el mismo ritmo que quiero dar a mis palabras.»

No hay noche sin nombre – Xavier Dueñas

📖 ¿Qué sentido tiene la ternura en un mundo donde nada parece bastar? ¿Por qué seguimos ofreciendo caricias cuando sabemos que no alcanzan para detener el dolor?

Hay ternuras que no alivian, pero acompañan. Que no curan, pero resisten. Leer este relato es como tocar una piel herida que, a pesar de todo, sigue confiando. Me quedé pensando en cuántas veces en nuestra vida cotidiana seguimos abrazando, escuchando, cuidando… aunque ya sepamos que el final no cambiará.

Y sin embargo, lo hacemos. Porque no todo lo que importa se mide en resultados.

A veces, una mano tibia en la noche basta para no desaparecer del todo.

Este texto forma parte del relato «No hay noche sin nombre»

Lo que resiste, germina

«Porque hay silencios que no se resignan. Y palabras que, aunque caigan sobre polvo, germinan en el alma.»

Nada crece aquí – Xavier Dueñas

📖 Hay palabras que, aunque nadie las escuche, siguen haciendo su trabajo subterráneo. ¿Y si la fe fuera simplemente eso?

Zeynab escribe una frase en su cuaderno y la cierra sin releerla. No busca testigos. Solo siembra. En tiempos donde todo parece exigir ruido y validación externa, su gesto nos recuerda el poder de lo íntimo, de lo silencioso. A veces, lo más revolucionario es seguir escribiendo. Aunque nadie lea. Aunque no haya certeza de cambio. Porque hay palabras que no se resignan.

Este texto forma parte del relato «Nada crece aquí»