Antes de leer
Existen relatos que se escriben para respirarse lentamente, como quien contempla un árbol despojado de hojas y, en lugar de pensar en el invierno, se conmueve por su silenciosa resistencia.
Este relato busca abrir preguntas, mostrar, señalar sutilmente desde lo vivido; es la voz sincera de quien recorrió caminos áridos y hogares sin ventanas, de quien observó cómo el dolor se instala suavemente en las esquinas olvidadas y eligió permanecer, aun desde la incertidumbre.
Lo narrado aquí es auténtico en su esencia emocional, aunque los nombres y las circunstancias puedan variar. Porque la verdad que hiere necesita solo de la mirada abierta de quien escucha con el corazón.
Empieza el viaje
Todo lo que no llegamos a saber es un relato íntimo, doloroso y profundamente humano que revisita, a través de una narración en primera persona, la herida silenciosa que dejó la pandemia en las zonas más vulnerables. La historia se despliega desde la ausencia: un hijo que regresa demasiado tarde a la casa de su madre y descubre, en un cuaderno escondido entre manteles, la frase que ella escribió repetidamente —“No lo culpes, él estaba ayudando”—, una despedida tardía que contiene perdón, ternura y aceptación en estado puro .
A partir de ahí, el protagonista reconstruye los días previos: su trabajo comunitario, el aislamiento forzoso, la incomunicación que convirtió el miedo en destino, la impotencia de advertir sin ser escuchado, y la culpa que nace no del error, sino de la imposibilidad. El relato hilvana escenas poderosas: la casa sin ventanas donde una familia entera aguarda sin remedios; el algarrobo bajo el que intenta explicar la nueva enfermedad; la escuela de paredes frágiles donde enseña a los niños a nombrar el mundo con dignidad pese a la falta de todo .
Con un estilo sobrio, poético y lleno de sensibilidad ética, la obra reflexiona sobre lo que realmente significa ayudar cuando las respuestas no alcanzan. Su mensaje final —la importancia de escuchar— se convierte en un eco persistente, profundo y reparador.