Antes de leer
No escribí esta historia para explicar un conflicto, ni para señalar culpables, ni para levantar banderas.
La escribí porque creo en la raíz. Porque en un mundo que arranca, que olvida, que destruye lo que no comprende, hay gestos que, aunque pequeños, aunque callados, contienen una fuerza invencible.
Y porque hay pueblos —como el de Jacinta— que siguen sembrando incluso cuando ya no les queda tierra propia, que siguen cantando incluso cuando nadie escucha, que siguen diciendo «aquí» cuando todo les ha dicho «fuera».
Empieza el viaje
Tierra roja es un relato íntimo y profundamente simbólico sobre la resistencia, la pertenencia y la fuerza silenciosa de quienes vuelven a sembrar en un territorio marcado por el fuego. La narradora regresa sola al lugar donde su comunidad vivía antes de ser expulsada por la violencia: un paisaje de troncos calcinados, raíces desnudas y memoria herida que sigue vibrando bajo la tierra roja .
El relato avanza entre dos pulsos: la devastación del pasado —el fuego, la huida nocturna, la ruptura de los vínculos con la selva y con la vida comunitaria — y el impulso íntimo de recomenzar, de escuchar a la tierra y devolverle un gesto de vida. Ese gesto se materializa en las semillas guardadas durante la huida, en los brotes criados en el refugio, en el pequeño vivero que se convierte en un acto de resistencia cotidiana y colectiva, especialmente entre las mujeres, guardianas de la memoria y del monte .
El punto más emotivo llega cuando la narradora planta un joven brote de ceiba en el mismo claro donde antes se alzaba el árbol sagrado. La escena, descrita con una precisión poética, convierte la siembra en pacto, reparación y renacimiento .
Con una prosa luminosa y ritual, Tierra roja celebra la fuerza de permanecer, de volver y de crear futuro incluso cuando la tierra parece haberlo perdido todo.
