Antes de leer
Hay relatos que se parecen a las huellas: se desdibujan con el tiempo, se borran con el primer viento, pero no desaparecen del todo. Vuelven cuando menos lo esperamos: cuando el viento cambia de dirección, cuando el silencio pesa más que cualquier palabra, o cuando uno se detiene, sin saber por qué, a mirar un paisaje que ya no sabe si reconoce o si, en realidad, solo lo está soñando.
Este es uno de esos relatos.
Empieza el viaje
El comerciante de arena es un relato de tono íntimo y contemplativo que sigue el viaje de un hombre que atraviesa el desierto cargando no solo mercancías, sino memorias, dudas y heridas antiguas. Desde las primeras páginas, la voz narrativa revela un mundo que ha cambiado sin decirlo en voz alta: un desierto que ya no reconoce, un viento que ha dejado de hablarle, un oficio que se ha vuelto sombra de sí mismo .
El relato avanza como una marcha lenta, guiada por la introspección. En su camino, el comerciante encuentra una aldea exhausta, un fuego que reúne historias de pérdida, y finalmente al niño del pozo seco, figura central y desarmadora cuya presencia despierta la grieta más íntima del protagonista: la memoria de un hijo ausente. El silencio compartido entre ambos, la escena del cuerpo de la madre muerta y la decisión de llevar al niño con él convierten esta historia en un canto conmovedor sobre el cuidado en medio del desamparo y la persistencia del vínculo humano incluso en paisajes que parecen no ofrecer nada .
Con una prosa poética, pausada y luminosa, El comerciante de arena explora la pregunta fundamental del relato: qué permanece en nosotros cuando todo alrededor parece desvanecerse. Y su respuesta, sin nombrarla, es una: caminar acompañando.
