Antes de leer
Escribí este relato desde el lugar más frágil que conozco: el de quien ha visto sin poder intervenir, y ha comprendido que hay miradas que se quedan para siempre, aunque uno intente apartarlas con todas sus fuerzas. No busqué conmover, ni denunciar, tampoco explicar lo inexplicable. Quise, simplemente, sostener por un instante el silencio de quienes ya no tienen voz.
Este relato no es una historia.
Es una presencia.
Un intento de permanecer junto a lo que no debe ser olvidado.
Empieza el viaje
Cuando los niños dejan de correr es el testimonio íntimo de un periodista extranjero que llega a Gaza con la intención de escribir un reportaje sobre la infancia en conflicto, y acaba enfrentándose a una verdad que lo desarma por completo.
A través de apuntes, grabaciones y fragmentos de una libreta que se transforma en confesión, Lucas nos conduce por el camino lento de una transformación interior: desde la distancia profesional hasta la grieta emocional. En el centro de ese viaje, aparece Saad, un niño ciego que no ve con los ojos, pero que percibe con una lucidez que desgarra. A su lado, y junto a otros niños marcados por la pérdida, el periodista descubre que el dolor más profundo no es el que estalla, sino el que permanece.
Este relato no busca explicar el conflicto, ni emitir juicio, ni contar una historia. Lo que hace es dejar constancia. Ser testigo. Sostener la memoria de los que aún están, aunque el mundo ya no mire.
Con una prosa serena, melancólica y profundamente humana, Cuando los niños dejan de correr es una meditación sobre la culpa, la compasión y la urgencia de no olvidar lo que no puede decirse en voz alta.

