Las manos de sal

Antes de leer

“Las manos de sal” nació de una imagen persistente: unas manos curtidas que guardaban memoria en sus grietas.

Desde ahí, quise explorar la relación entre generaciones y la herencia silenciosa que recibimos sin darnos cuenta.

El mar y la marisma, con sus ritmos inevitables, me ofrecieron la metáfora perfecta para hablar del tiempo, la pérdida y la transmisión afectiva.

Esta novela es, para mí, un homenaje a quienes educan desde la paciencia y al territorio que sostiene sus vidas.

Empieza el viaje

Cuando su madre lo envía a pasar el verano con una abuela casi desconocida, un joven de dieciséis años teme el aburrimiento y el silencio. Pero en las marismas de Santoña, entre mareas, redes y recuerdos, descubrirá un mundo que late más allá de las palabras.

Con la guía silenciosa de su abuela —unas manos de sal que lo sostienen y lo transforman— aprenderá que crecer también significa aceptar la memoria, la pérdida y la gratitud. Una historia íntima y luminosa sobre el poder de la herencia emocional y el mar como maestro secreto.