Donde aún susurra la tierra

Antes de leer

Algunas historias no buscan ser contadas. Simplemente llegan, como el olor del pan antiguo o la sombra de un árbol que ya no florece igual.

Esta es una de esas historias. No tiene urgencias ni giros sorprendentes. Avanza como lo hace el tiempo en los pueblos: despacio, con silencio, dejando marcas que no siempre se ven.

Aquí se habla de memoria, pero no como algo que se guarda en los libros, sino como algo que se respira, que se pisa, que a veces duele. Se habla de cuidar sin nombrarlo, de enseñar sin esperar nada, de permanecer sin ruido.

Que este relato haya sido finalista del Premio 5/CINCO – 5 Noches 5 Villas, Festival Literario Nacional, me hace pensar que, tal vez, aún hay quien escucha lo que la tierra intenta decirnos, aunque sea muy bajito.

Empieza el viaje

En forma de carta dirigida a su nieta Judith, Carmen —una maestra jubilada que nunca abandonó su pueblo natal— desgrana con ternura y lucidez los fragmentos de una vida sencilla, marcada por la tierra, el silencio y los vínculos invisibles que unen a las personas con lo que aman. Mientras describe el lento declive del lugar donde creció y al que dedicó toda su existencia, también deja entrever una sabiduría antigua: la de quienes saben mirar, escuchar y permanecer.

A través de recuerdos mínimos —el pan recién hecho, la sombra de un almendro, una piedra guardada en un delantal—, la narradora da forma a un testimonio silencioso pero poderoso sobre la pérdida, la memoria y la necesidad de recordar antes de que todo se desvanezca.

Donde aún susurra la tierra es un homenaje sereno y conmovedor a lo que permanece, incluso cuando ya parece perdido.